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  • 15 agosto, 2024
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Con escudos y espadas, el SITAS se transforma en un campo de batalla medieval

El Club SITAS celebró el undécimo aniversario del club de combate medieval Compagnia del Lobo Negro. En el evento se realizó la primera batalla masiva de América Latina - Por Julieta Collado

Ingresar al predio fue como atravesar un portal al pasado: la música medieval resonaba y los participantes lucían su vestimenta histórica, todo lo cual parecía combinar perfectamente con las paredes de ladrillo gastado que delimitaban el espacio. Era pleno mediodía de un nublado domingo de mayo en el Polígono de Arma Larga del Club SITAS y el ambiente se convertía en una celebración medieval con alrededor de 1500 participantes. El público se acomodaba en las gradas, expectante, mientras los luchadores de los diferentes clubes se reunían en sus respectivas carpas y se preparaban para la batalla.

El ambiente general era ameno, con mates y risas, pero subyacía un sentimiento de solemnidad. Había respeto no solo por las batallas sino también por las costumbres a su alrededor. En esta comunidad, mantener la historicidad es esencial.

Desde la vestimenta de los árbitros hasta las armaduras (que pesan unos 25 kilos), todo debe ser una fiel representación histórica. Incluso las armas son réplicas exactas con algunas modificaciones acorde al reglamento.

“Es un deporte extremadamente completo que te enseña mucho de historia, desde tipos de armas hasta vestimenta”, comentó Bárbara Altaviano, presidenta del club Magna Rhino.

“Por más que mucha gente lo dude, es un deporte de verdad. Hay que entrenar fuerte para soportar 25 kilos de armadura”, explicó Romina Fleita, luchadora de Las Quimeras. Crédito: Chiara Perin.

A las 12, llegaron las primeras personas. Los combatientes fueron directo a sus ubicaciones para alistarse y sus acompañantes se instalaron en las gradas para presenciar el primer combate. Mientras tanto, los vendedores aprovechaban la distracción para visitar los puestos vecinos.

Entre sonrisas y abrazos, se reencontraban con antiguos amigos. Desde el detrás de escenas, fue evidente la comunidad que reunía la feria.

“Es un ambiente que te mueve, nos conocemos todos con todos, hay una camaradería entre clubes y artesanos», explicó Bárbara, presidenta del club Magna Rhino. “Se matan a hachazos, pero después van y comparten una cerveza, se abrazan”.

“Hace unos años te juzgaban por ser mujer en este deporte, pero ahora se busca incluir a las chicas y que el público las vea”, comentó Brenda Graciano, luchadora veterana de Las Quimeras. Crédito: Chiara Perin.
“Escuchar el ruido del metal mientras los luchadores pelean te genera una adrenalina increíble”, comentó Bárbara Altaviano, presidenta del club Magna Rhino. Crédito: Chiara Perin.

La primera actividad fueron los combates o ‘Bohurts’ femeninos. El ambiente entre las luchadoras y sus equipos era efervescente; corrían llevando armas y escudos mientras mantenían conversaciones estratégicas de último momento. Minutos más tarde, al grito de “¡Peleen!” de uno de los árbitros, inició la batalla.

Los hachazos se dirigían con fuerza a la cabeza del oponente. El predio se llenó del sonido del metal de la armadura entremezclado con los gritos apasionados del público y de los entrenadores.

“¡Dale, Mirna, que hoy te convertís en héroe!”, alentaron con fervor. Finalmente, Las Quimeras ganaron la batalla. El público festejaba mientras las ganadoras daban una vuelta de victoria alrededor del cuadrilátero dando gritos eufóricos, amortiguados por sus yelmos.

Fuente: Nahuel Nasillo y Club Almodovar.

Luego, hubo un momento de descanso en el que los equipos paseaban por la feria. Abundaban las charlas amistosas entre luchadores, sin importar su equipo. “Aunque dentro de la liza haya competencia, afuera de la liza siempre hay camaradería”, destacó Leila Galvez, luchadora de Las Quimeras.

No obstante, el relajo fue efímero porque se aproximaba el evento principal: las batallas masivas. Caía la tarde y los luchadores planificaban su estrategia para un enfrentamiento entre dos ejércitos de treinta integrantes cada uno (equipo negro contra equipo rojo), cuyo objetivo era derribar los tres estandartes del contrincante. Fue la primera batalla de tal magnitud en América Latina, por lo que la emoción era palpable.

Miembros de los diferentes clubes formaron dos equipos para las batallas masivas, en las que participaron tanto luchadores masculinos como femeninos. Crédito: Chiara Perin.

“Jamás pensé que iba a ver una pelea de treinta contra treinta, es algo increíble”, comentó Agustín Paglialunga, luchador veterano de Lobo Negro.

Los relatores presentaron a los equipos para dar paso al silencio que reinó hasta que los árbitros dieron la orden de inicio. La batalla comenzó con un ritmo lento, calculado. Las dos masas de luchadores se movían con cautela hacia la otra, medían sus movimientos para no malgastar energía.

Ambos bandos mantuvieron su formación y resistieron los golpes durante varios minutos. De fondo, se escuchaban gritos de estrategia entre participantes y al relator que comentaba la secuencia. El sonido de los golpes contra armaduras metálicas parecía acompasado a los “uh” y “ah” de un público comprometido. Pasado cierto tiempo, cayeron los primeros luchadores y quedaron tendidos a los pies de los que seguían en batalla.

Algunos otros lograron atravesar la formación contraria y fue entonces cuando se desató el caos.

“Por más que mucha gente lo dude, es un deporte de verdad. Hay que entrenar fuerte para soportar 25 kilos de armadura”, explicó Romina Fleita, luchadora de Las Quimeras. Crédito: Chiara Perin.

Se formaron varias peleas paralelas y no alcanzaban los ojos para captar toda la acción. Se rompían armaduras, volaban armas y caían luchadores con ferocidad. Los caídos, o “cadáveres” como les decían, se quedaban en el suelo hasta recibir la orden de salir rodando del cuadrilátero.

El resto aprovechaba el nuevo espacio para tomar envión y embestir al oponente. La audiencia gritaba ante cada caída mientras los perdedores se acumulaban alrededor del cuadrilátero para observar. Tras algunos minutos, el equipo rojo logró aproximarse a los estandartes contrarios. Volaban hachazos, escudazos y empujones en un esfuerzo por derribar las banderas del contrincante.

Finalmente, el equipo rojo se alzó victorioso. Los luchadores festejaron y la audiencia estalló en gritos eufóricos mientras reían y agitaban sus banderas.

El día continuó con más batallas como los bohurts masculinos, acompañadas por charlas temáticas y actividades como soft combat o arquería. Con el correr del tiempo, el frío se intensificaba pero eso no afectó el ánimo de los participantes, que se quedaron hasta ya entrada la noche.

A las 20, el evento finalizó con la camaradería que lo caracteriza: luchadores, feriantes y visitantes se unieron para cantar al unísono el feliz cumpleaños al club Lobo Negro.

Esto recuerda, una vez más, el compañerismo y la pasión presentes en una comunidad distintiva y entusiasta.

“Hay un gran compañerismo, incluso dentro de la liza, los luchadores se preocupan por el otro y nunca golpean con mala intención”, resaltó Hernan Quevedo, luchador de combate medieval.

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